Me mudo!

Ahora estoy aquiiii!

lunes, noviembre 22, 2004

Respuesta al filólogo de Personajes

Patitos

Personajes y Scortator se unen para decir:
Lamento defraudarte, pero no surgió de Felipe V la idea de crear la Academia, fue iniciativa de un grupo de humanistas que se reunía en la casa de Juan Manuel Fernández Pacheco, cuya única pretensión fue la de elaborar un diccionario nacional, siguiendo las bases que sentaron primero el Vocabulario degli Academici dela Crusca (1612) y más tarde el Dictionnaire de la Langue Française (1694). Iniciados los trabajos del que en 1726 aparecería publicado bajo el título Diccionario de Autoridades, el ya citado Fernández Pacheco se encargará de conseguir el mecenazgo de Felipe V gracias al cual se fundará la Academia. En el proceso de elaboración de este diccionario, como ya insinué en un comentario anterior, pido disculpas por repetirme, los académicos se enfrentaron a grandes problemas con el proceso de lematización por no existir una norma ortográfica, un vistazo al Tesoro de la lengua castellana o española (1611) demuestra de forma transparente esta complicación, personalmente pienso que la iniciativa fue acertada, no tanto los resultados, hasta entrado el siglo XX no me atrevería a hablar de una verdadera norma ortográfica. En cuanto a las gramáticas de la Academia no salvaría ni una sola, esto puede parecer un atrevimiento por mi parte, pero es lo más cercano a la realidad, como han venido demostrando todos los gramáticos desde el siglo XIX, no se puede explicar de otra forma que las grandes gramáticas castellanas sean las de Antonio Salvá, Andrés Bello y Emilio Alarcos. Despreciar la labor de los investigadores que a título personal escriben sus gramáticas conduce a descubrir que la Academia no puede ofrecer nada en este campo, no obstante se ha dicho que el año que viene se publicará una gramática normativa elaborada por Ignacio Bosque y Violeta Demonte, espero que no se parezca demasiado a la gramática descriptiva que estos mismos realizaron. La existencia de la norma es necesaria, pero una institución que vele por la lengua como la RAE no asegura en absoluto que los resultados pretendidos se consigan, incluso hay lenguas que carecen de Academia, como la inglesa.


En la escritura deben primar dos criterios:
(1) Criterio de facilidad
(2) Criterio de eficacia
Un código de escritura no ha de ser sólo fácil de aprender, sino también eficaz. Cuanto más unívoca sea la interpretación de los mensajes, tanto más eficaz será el código.
El principio fonémico exige que haya una letra y sólo una para representar cada fonema de la lengua y que un fonema y sólo uno corresponda a cada letra, claramente esta sería la máxima perfección de la escritura alfabética, para poner un ejemplo de este sistema de escritura no es preciso mencionar lenguas exóticas, la escritura griega ya aplicó el principio fonémico, aunque bien es cierto que de forma imperfecta.
Son tres las restricciones que plantea la aplicación del principio fonémico:
- La restricción transdialectal
Las variedades o dialectos de una lengua pueden definirse o delimitarse a nivel fonémico, a nivel gramatical o morfosintáctico, y a nivel léxico. En estos momentos sólo nos interesan las diferencias dialectales fonémicas, las cuales plantean un conflicto entre el principio fonémico y el principio de uniformidad, este enfrentamiento sólo puede resolverse mediante un compromiso, para ello hay que distinguir dos niveles de escritura: la escritura dialectal, y la escritura oficial o estándar, que representa un compromiso entre todas las posibles escrituras dialectales. El sistema fonémico de la lengua estándar tendrá que tomar todos los fonemas comunes a los diversos dialectos para asegurar la comunicación transdialectal. Los fonemas que sólo se den en pocos dialectos minoritarios o regresivos no sirven para la comunicación transdialectal y, por tanto, no son fonemas de la lengua estándar.
- La restricción morfémica
Por ejemplo, el morfema francés correspondiente al número 6 tiene 3 alomorfos fonémicos: /si/, /siz/ y /sis/. Si la palabra siguiente empoieza por consonante, adopta la forma /si/; si la palabra siguiente empieza por vocal, adopta la forma /siz/; si termina frase, adopta la forma /sis/. Si en una ortografía francesa reformada nos atuviéramos estrictamente al principio fonémico, tendríamos que escribir unas veces si, otras siz, y otras sis, esto facilitaría la lectura en voz alta y la escritua al dictado, pues nunca habría que pensar cómo pronunciar lo que leemos; bastaría con pronunciar exactamente lo escrito. Pero ello dificultaría la escritura directa y la lectura visual, pues cada vez que pensara 6 tendría que decidir si es si, siz o sis. Si queremos dar preferencia a la lectura en voz alta, nos atenemos exclusivamente al principio fonémico en la escritura. Pero si queremos dar preferencia a la lectura visual, tenemos que desviarnos del principio fonémico, introduciendo una única forma gráfica para los diversos alomorfos del morfema 6.
- La restricción semántica
Cada lengua analiza el mundo y la experiencia de una cierta manera. Los morfemas de la lengua son el resultado de ese análisis. Pero a veces puede producirse que dos palabras diferentes en la primera articulación, sean iguales en la segunda, palabras homófonas. El principio fonémico requiere que dos palabras homófonas sean también homógrafas, esto facilita la escritura al dictado y la lectura en voz alta, pero puede complicar la lectura visual. El problema será más intenso en función cuantos más homófonos haya en una lengua.
Lo aquí dicho se resume en que el principio fonémico es el principio básico de la escritura alfabética. En las escrituras actualmente usadas se dan dos tipos de desviaciones de este principio: por un lado, las desviaciones justificables (o al menos discutibles) en función de las restricciones transdialectales, morfémicas y semánticas que acabamos de considerar, y por otro, las desviaciones patográficas, que carecen de justificación posible y que no se prestan siquiera a discusión.


Si tanto interesa la antigüedad de la tradición oral en la literatura podría referirse otros muchos ejemplos anteriores al de El Cid, conocida es la anécdota de Herodoto, aunque personalmente siento predilección por la que escribió San Agustín en el libro VI, capítulo III de Confesiones cuando hablaba de San Ambrosio:
«Cuando leía, llevaba los ojos por los renglones y planas, percibiendo su alma el sentido e inteligencia de las cosas que leía para sí, de modo que ni movía los labios ni su lengua pronunciaba una palabra. Muchas veces me hallaba yo presente a su lección, pues a ninguno se le prohibía entrar, ni había costumbre en su casa de entrarle recado para avisarle de quién venía; y siempre le vi leer silenciosamente, y como decimos, para sí, nunca de otro modo. En tales casos, después de haberme estado sentado y en silencio por un gran rato (porque ¿quién se había de atrever a interrumpir con molestia a un hombre que estaba tan embebido en lo que leía?) me retiraba de allí, conjeturando que él no quería que le ocupasen en otra cosa aquel corto tiempo que tomaba para recrear su espíritu, ya que por entonces estaba libre del ruido de los negocios y dependencias ajenas. También juzgaba yo que el leer de aquel modo sería acaso para no verse en la precisión de detenerse a explicar a los que estaban presentes, y le oirían atentos y suspensos de sus palabras, los pasajes que hubiese más oscuros y dificultosos en lo que iba leyendo, o por no distraerse en disputar de otras cuestiones más intrincadas, y gastando el tiempo en esto repetidas veces, privarse de leer todos los libros que él quería. Sin embargo, el conservar la voz, que con mucha facilidad se le enronquecía, podía también ser causa muy suficiente para que leyese callando y sólo para sí; en fin, cualquiera que fuese la intención con que aquel gran varón lo ejecutara, sería verdaderamente intención buena.»


La identidad cultural que una lengua conlleva ha sido un asunto que ha fomentado el estudio de las lenguas. Este hecho es el que fundamentó los inicios de los estudios de la romanística, inaugurados por Dante Alhighieri con De Vulgari Eloquentia, hasta la propia creación de nuestra Academia fue producto de esta realidad, como ya dije. Pero creo que será más fácil acudir a cualquier manual de lingüística, recomiendo La enciclopedia del lenguaje de David Crystal, o incluso la obra de George Yule El lenguaje que a pesar de ser poco profunda en el análisis es más fácil de comprender y, sobre todo, de conseguir.

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