Uno de los relatos que más he disfrutado escribiendo. Gabriel García Márquez cuenta en el prólogo de Doce Cuentos Peregrinos un sueño en el que me basé para escribir este cuento. Espero que les guste.
¿Te acuerdas de aquella reunión? Fue la última ocasión de vernos todos, los latinoamericanos, sentados alrededor de aquellas flores, recordando los buenos viejos tiempos, jugando a las cartas y hablando de política, rumbeando como hacía mucho que no lo hacíamos, disfrutando de la música y la fiesta, aunque vestidos de solemne etiqueta, por supuesto. Seguíamos intentando cambiar el mundo, aunque no sólo nosotros habíamos envejecido, en lugar del ron barato del ayer lejano, bebíamos licores de veinte años.
¿Qué ha cambiado desde aquella noche? ¿Qué ha pasado en el tiempo que he estado fuera? Cuánto les extraño, sobretodo en las noches frías y tranquilas como ésta, cuando huele a carbón y a comida caliente, con las flores ya marchitas esperando que alguien venga a cambiarlas. De vez en cuando me llegan ráfagas de información desde fuera, pero nada dicen sobre ustedes, nada sobre las noches del Caribe, de las que pasábamos sentados en la arena cual reclamo turístico. ¿Siguen reuniéndose allí, al final del río? Espero que alguna vez se acuerden de mí, de mis escritos y de mis ideas, por favor, que no se pierdan en el olvido. Si alguna vez los vuelvo a ver, espero que sea en aquella playa lejana de aguas oscuras, la negrura del mar que tanto se añora en esta meseta lejana.
¿Qué si me arrepiento? El exilio no es agradable para nadie, pero, ahora con los años, creo que mereció la pena, al menos desde Europa mi voz se oyó, débil y lejana, pero existió, logré publicar los textos más duros sin temor a una censura aceptada y a un puesto en el paredón. ¿Y ustedes? ¿Se arrepienten de haberse quedado mudos en una tierra dominada? ¿Cuántos han muerto ya? ¿Quiénes quedan?
Aún extraño nuestras conversaciones después de la universidad, sentados alrededor de una mesa pensando revoluciones con sabores soviéticos, mirando la cercana Cuba, con las lecturas frescas y las ideas inmaduras, con nuestros libros camuflados y nuestros boletines circulando clandestinamente dentro del centro. ¿Se siguen haciendo asambleas como las nuestras? Supongo que no, ya no existe, supuestamente, un enemigo común al que enfrentarse.
Ahora es demasiado tarde. ¿Ha servido de algo? Yo ya no puedo hacer nada más por ustedes, ya no puedo hacer nada más a favor de la lucha por la libertad de nuestro pueblo. Estoy cansado, aburrido de no ver resultados, de que nada de lo que he hecho ha funcionado, ya no sólo nuestra propia tierra, sino toda Latinoamérica está perdida. ¿Es cierto? ¿Hemos perdido?
¿Has cuidado de Belén en mi ausencia? Las tardes son muy tristes sin su absurda escandalera, ¿se acuerda de su tito? Supongo que era muy pequeña cuando me fui. Ahora ya estará convertida en toda una mujercita de ojos almendrados. Por favor, logra que no se meta en este mundo absurdo que es la política, ella vale mucho más que eso. Dile que estaré a su lado siempre que me necesite y justifica nuestra lucha diciéndole que sólo queríamos un mundo mejor para ella, un país donde la emigración no sea necesaria.
No dejo de pensar en nuestra fiesta de etiqueta, la última oportunidad de ver a todos mis amigos, a los más antiguos a los que más tiempo hacía que no veía, felices de estar juntos en la lejanía de este continente de magia agotada. Recuerdo como intenté marcharme con ustedes cuando acabó la ceremonia, “eres el único que no puede irse” me dijiste mientras me abrazabas con la primera lágrima que veía en toda la noche. En ese momento comprendí que morir significa no estar nunca más con los amigos.
Acerina Martín Cruz
Salamanca, 31 de Octubre de 2002
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