Ayer un curita tenía frío. Y claro, viviendo en Canarias, se supone que no hay frío. Para calentarse encendió una estufa eléctrica y hubo un cortocircuito, un incendio con ánimo de destruir todo lo que pillara por delante. Se llevó por delante en cinco horas un edificio barroco, joya de la ciudad universitaria.
Por la noche llovió, como hacía tiempo que no llovía en la isla, toda la noche, apagando la tea de pino canario del edificio. La tea. Bonita madera. Años después de haber sido cortada sigue olendio a bosque y sigue soltando resina, ya lo demostró ayer, no termina de sacar resina ni en cuatro siglos.
Todos los telediarios hablan de la gran pérdida, pero nadie dice nada del olor a tea. Olor a bosque quemado y lluvia reciente. Se sentía en toda la ciudad, llenando el aire por encima del humo de los coches.
Nadie habla de eso, a mi me hubiera encantado no haberlo olido nunca.
Por la noche llovió, como hacía tiempo que no llovía en la isla, toda la noche, apagando la tea de pino canario del edificio. La tea. Bonita madera. Años después de haber sido cortada sigue olendio a bosque y sigue soltando resina, ya lo demostró ayer, no termina de sacar resina ni en cuatro siglos.
Todos los telediarios hablan de la gran pérdida, pero nadie dice nada del olor a tea. Olor a bosque quemado y lluvia reciente. Se sentía en toda la ciudad, llenando el aire por encima del humo de los coches.
Nadie habla de eso, a mi me hubiera encantado no haberlo olido nunca.
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